Freaky Tales
Freaky Tales

En 1987, Oakland no es solo una ciudad: es un universo en sí mismo, vibrante, imperfecto, lleno de sonidos, imágenes y emociones suspendidas en el tiempo. En ese escenario, se desarrollan cuatro historias que, aunque parecen independientes, están profundamente conectadas por un hilo invisible: el amor. Amor por la música, por el cine, por los lugares que habitamos y por los recuerdos que nos definen.
Estas narraciones no siguen una estructura convencional. Se cruzan, se rozan, se influyen entre sí sin necesidad de grandes gestos. Sus protagonistas —jóvenes, adultos, soñadores, solitarios— caminan por las mismas calles, escuchan las mismas canciones, se sientan en las mismas salas de cine sin saber que sus vidas están ligadas por emociones compartidas.
La música es uno de los elementos centrales. No es solo un acompañamiento: es un lenguaje que expresa lo que los personajes no se atreven a decir. Cada nota de funk, hip hop o soul que suena desde una radio vieja o un tocadiscos desgastado trae consigo una carga emocional profunda. Es a través de estas melodías que los personajes reviven momentos, enfrentan pérdidas o se descubren a sí mismos.
El cine también es protagonista. En un tiempo donde las películas aún se ven en pantalla grande y se sienten como ritual, los personajes encuentran en ellas un refugio, una forma de entender el mundo y de confrontar sus propios miedos. Las imágenes proyectadas no solo entretienen: despiertan preguntas, traen consuelo y a veces, incluso, cambian el rumbo de una vida.
